Justo cuando se cumplen 72 años de las explosiones atómicas de
Hiroshima y Nagasaki los debates sobre semejante cataclismo siguen vivos. Por un lado se afirma que las éstas salvaron
incontables vidas civiles y militares que hubiera supuesto una
invasión aliada a Japón, permitiendo así zanjar de manera fulminante la Segunda
Guerra Mundial. Por otro lado se argumenta que el verdadero objetivo de estas bombas era amedrentar a la Unión
Soviética, que el Imperio de Japón, ya arruinado, habría capitulado con un bloqueo
marítimo y más bombardeos a instalaciones militares y que, por lo tanto, un ataque semejante a dos ciudades llenas de civiles fue un acto de terrorismo de estado.
Las víctimas civiles ascendieron a
doscientos mil, sin contar los efectos secundarios devastadores a
muchas otras y a muchos nuevos nacidos en kilómetros a la redonda durante
décadas. El shock psicológico no fue menos importante y, a partir
de entonces, innumerables artistas retrataron este drama y la
horrible certeza que la humanidad podía destruirse a sí misma en
cualquier momento. Música, filmografía, documentales y hasta
mangas, sin olvidar la escultura o la pintura se multiplicaron en
todo el mundo para intentar transmitir esta realidad.
Uno de ellos fue el
aragonés Agustín Alamán quien sufrió en sus carnes las
consecuencias de la Guerra Civil Española. Recordemos que el bando
rebelde admiró al Imperio de Japón hasta que la derrota del
segundo se convirtió en inevitable. Alamán emigró a Francia en
1939 y soportó años terribles en los campos de concentración.
Radicado en Alés, comenzó a pintar en forma autodidacta y participó
en varias exposiciones colectivas y en otra de pintores refugiados
españoles en Toulouse, con participación de Picasso, hasta 1954.
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Agustín Alamán - Serie 'Hiroshima' |
A partir de entonces Alamán comenzó su búsqueda en la línea de la abstracción y se instaló en Montevideo, Uruguay, en 1955. Allí se dedicó a trabajar en la industria de la construcción para sobrevivir e hizo su primera exposición con cuadros inscritos dentro de la pintura abstracta, de pequeño formato, donde la materia fluida y el grafismo anunciaban un aliento romántico-expresionista.
La visita de una exposición de Víctor Vasarely, el maestro del arte cinético, en 1958, provocó un vuelco sustancial en la obra de Alamán. Éste asimiló correctamente el canon geométrico hasta obtener una depurada técnica en lo que puede considerarse un período feliz, con hallazgos personales a la altura de los uruguayos José P. Costigliolo, María Freire y Antonio Llorens, todos ellos pioneros, como los Madí, - corriente derivada del arte abstracto iniciado en 1946, en La Plata - de esa tendencia.
En los años setenta, Alamán creó la serie
Hiroshima para retratar a las víctimas de los bombardeos atómicos
de esa ciudad. Las pintó de manera desproporcionada, grotesca y con
una fuerza primitiva similar al arte prehistórico, en el que domina el simbolismo, la abstracción,
la estilización y el esquematismo, que parecen una constante
mundial. Con predominancia de colores oscuros, los personajes de
Alamán respiran el horror del cataclismo nuclear que en el mundo
actual, con cada vez más centrales nucleares y más países poseedores de armas atómicas de
poder infinitamente superior a las de 1945 – países que a menudo
lideran, financian o apoyan movimientos terroristas – está muy
lejos de haberse terminado.
Sirva la pintura de Alamán, presente en museos de
Montevideo, Texas, Buenos Aires, São Paulo, Río de Janeiro, Nueva
York, y en numerosas colecciones particulares, para recordarnos la
locura que el destino de la única especie en la Tierra capaz de
destruirse a sí misma y a su entorno sólo depende de ella misma.